Entre cipreses altos y fríos, azules por la noche y la tenue
luna, en el asfalto congelado, se derraman las ganas y las fuerzas. Serpentean
calle abajo, pegándose a los bordes, fluyendo lacias por las rejillas de los
desagües. Caminas como perdido, pues estás perdido. Nunca se está tan perdido
como cuando se tiene un objetivo pero no un rumbo. Cuando se tiene una tarea,
pero no voluntad. Ni nunca se está tan solo como cuando se está rodeado de
gente, pero quien buscas no está ahí.
Vuelves a tu celda. Que puede ser un palacio, pero es tu
celda. Y se empieza a inundar… De recuerdos, de decepciones, de cosas que no
hiciste, de cosas que no harás. El agua llega hasta el cuello, y notas como su gélida mano aprieta, estrangula, te corta la respiración, pero no te arden los pulmones.
Te arden los ojos. Se derraman.
Despiertas de la inconsciencia. El plomo ha escapado del
pecho, pero te ha dejado exhausto. Ahora está en tus venas, todo el cuerpo
pesa. Y con esta sensación, encaras un largo día. Un largo día solo.